¡Ha iniciado!
El ocaso al acecho y las presas sin dejar huella desaparecían, como si nunca existieran, como si la vegetación reinara sola y única en la tierra, mientras el ermitaño respiraba grueso y hundido en la preocupación, corría entre las ramas, caía y levantaba, con la sabiduría de los días pasados, de las lunas olvidadas, de …